Capillas de Ánimas, Santucos y Asubiaderos

¿QUÉ SON?

Cualquier viajero que se haya movido por las carreteras de Las Merindades, Cantabria, Asturias y sitios cercanos habrá tenido la oportunidad de fijarse en unas curiosas construcciones algo alejadas de los pueblos, de tamaño diminuto, similares a un chozo de pastores en cuanto a su tamaño pero de mucha mejor factura, con piedra labrada, arco de medio punto y tejado a dos aguas, en cuyo interior suele encontrarse un crucifijo de madera con otros elementos propios de la iconografía cristiana y en ocasiones unas ofrendas en forma de velas o flores. Los mejor conservados cuentan incluso con un cepo para la recogida de limosnas. En Merindades se les llama Capillas de Ánimas o Ánimas a secas y en el resto de Cantabria Santucos con Asubiaderu (“resguardadero”).

Hoy vamos a conocer un poco más sobre el origen, significado y extensión de este tipo de construcciones.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Desde época prerromana y casi hasta nuestros días, fue común la colocación de símbolos religiosos al borde de los caminos. Estos símbolos podían indicar encrucijadas, demarcar territorios, o por el contrario como fue común en época romana se colocaban ex voto, (por un voto) o ex devotione (por devoción) que se tenía a ciertas divinidades como los Lares Viales o los Compitales. Los Lares fueron los dioses romanos que, junto con Júpiter, tuvieron una mayor aceptación en las provincias hispanorromanas y, de manera especial, en el Noroeste peninsular, en contraste con lo que sucedería en el resto del Imperio.

Uno de los mejores ejemplos que conocemos de época romana es un templete ubicado en la cabecera del puente de Alcántara, Cáceres. Está dedicado a Trajano y a los dioses romúleos. Se trata de un pequeño templo de 5,86 metros de largo, 4,10 de ancho y 6,61 de alto con dos columnas toscanas a ambos lados, de piedra de granito y techumbre a dos vertientes. Su planta es rectangular y pertenece al sencillo templo del tipo «in antis».

El sincretismo cristiano tal vez ayudase a mantener esta devoción en caminos y encrucijadas, creencia que podría haber llegado hasta nuestros días. Hay autores como Gonçalves (1959) o Chaves (1932) que rechazan esta vinculación, no sólo porque entre unos y otros altares haya un lapso temporal de más de mil años, sino por ser muy diferentes las intenciones religiosas: protección de los cultivos y de los viajeros expuestos a los peligros y calamidades de los caminos frente a la muda petición de una oración por las ánimas de los difuntos. Sin embargo, otros como Pérez de Castro (1978) consideran que no es la continuidad del hecho concreto, ni la analogía teleológica la que determina su origen, sino la importancia, la “terca vivacidad” de los cruces de caminos en los cultos paganos y su incorporación por la Iglesia.

ORIGEN

El origen inmediato de las ánimas podemos situarlo en torno al siglo XVI, aunque no será hasta el siglo XVIII cuando se construyan con más profusión. La veneración a las ánimas experimenta un resurgimiento como consecuencia de la Contrarreforma que revitaliza su culto y fomenta su representación simbólica, reaccionando frente al protestantismo que negaba la existencia del purgatorio y por lo tanto el valor de los sufragios, tan del gusto de la iglesia católica. La finalidad de estas construcciones populares era la de ofrecer limosnas de todo tipo (flores, cera, patatas, maíz, pan, aceite…), a las ánimas que no encuentran descanso en el Purgatorio, para que alcancen la felicidad en el Cielo; una vez liberadas intercederán por quien hizo la ofrenda, y este dinero se destina a dar misas por los difuntos.

Su ubicación en las orillas de los caminos o en las encrucijadas es ideal, tanto por su vinculación al mundo sobrenatural (por ejemplo, a la aparición de la procesión de los muertos) como por ser los espacios más propicios para su acción petitoria. Las motivaciones para la creación de estos oratorios, asocian dos aspectos, un beneficio para la comunidad al mantener el recuerdo de las ánimas y contribuir a su redención, y una aportación en forma de buena acción de su fundador que le será de utilidad en el momento de rendir cuentas ante el Altísimo.

«Ánimas del Purgatorio / son las que están a tu puerta / si nos dais una limosna / tendréis la Gloria muy cierta. / ¡Ay, ay, ay! que aquí me abraso / ¡ay, ay, ay! que aquí me quemo / ten piedad de nuestras almas / que están pasando tormentos»

CARACTERISTICAS DISTINTIVAS

Conviene diferenciar este tipo de elementos patrimoniales de otros cercanos con características similares.

Galicia: En este país existen dos grandes tipos de construcciones religiosas viarias: los cruceiros y los petos de ánimas. Cruceiros hay muchos (se calcula que unos 12.000) pero pocos tienen este sentido de honrar a las almas del purgatorio. Siguiendo a Risco, “los hay en cruces de caminos, sustituyendo, quizás, antiguos altares o monumentos paganos dedicados a los Lares Viales o a las divinidades indígenas que los precedieron, los hay que son cruces “de término”, en las lindes de las feligresías o de los antiguos cotos, recordando la antigua consagración de las fronteras; los hay que marcan las estaciones del “vía crucis”, los hay que recuerdan una muerte, o hechos trágicos, como fusilamientos en tiempos de guerras civiles o otras”. Una construcción más próxima serían los petos de ánimas o esmoleiros (esmola=limosna), menos comunes pero presentes también en el paisaje rural gallego. Estos petos sí tendrían el mismo sentido que nuestras capillas de ánimas, pero su morfología es distinta, ya que la imagen suele estar en una pequeña hornacina y no existe un espacio para resguardarse de la climatología. Otro elemento de menor relevancia son los milladoiros o amilladoiros, traducible como humilladero, pero que en Galicia hace referencia exclusivamente a un montículo de piedras que a lo largo de los siglos ha ido formándose en lugares devotos.

En Asturias ya empiezan a aparecer construcciones similares a nuestras ánimas. Se trata de las Capilles de Ánimes u Oratorios de Ánimes, virtualmente idénticos a los ejemplos con los que contamos en Las Merindades y ubicados en los mismos sitios. Existen también otros varios ejemplos de arquitectura religiosa popular, entre los que destacan las cruces, llamadas comúnmente oratorios cuando están dedicadas a algún santo o virgen, pero que no suelen representar a las ánimas del Purgatorio. Hay cruces de piedra para el Vía Crucis y también Altarines del Corpus que suelen estar donde llegan procesiones, corpus y otras fiestas. También hay algún miadoiru o humiadoiru, pero no con el significado gallego de montón de piedras sino con el castellano de cruz de piedra (es decir, virtualmente idénticos a los oratorios pero llamados de otro modo). Estos humiadoiros suelen estar ubicados normalmente en el Camino Primitivo a Santiago. Humiadoiros cubiertos con techo y cuatro columnas labradas solo conocemos el de Cudillero, consagrado al Santo Cristo del Humilladero.

Cantabria cuenta con una buena oferta de elementos religiosos de este tipo. A las cruces de piedra, sean cubiertas o no, se las denomina Santucos de Ánimas cuando en la mitad inferior del fuste de la cruz, por norma general, conlleva una representación de las ánimas del Purgatorio, y Cristucos cuando tienen otros motivos que no tienen relación con las ánimas (flagelación y desenclave de Cristo, la Dolorosa,…). Por supuesto también existen las meras cruces de piedra sin decoración y ubicadas a lo largo de un Vía Crucis de una parroquia o en lugares donde han ocurrido hechos trágicos y luctuosos, con o sin literatura sobre los hechos acecidos en el lugar. Pero lo más interesante para nosotros es que toda Cantabria está repleta de santucos de ánimas que en vez de estar en una cruz expuesta a los elementos aparecen resguardados en un asubiadero, donde se protegen de los elementos al estilo de las capillas de ánimas asturianas. Estos asubiaderos con santucu se diferencian de nuestras ánimas o capillas de ánimas exclusivamente en el nombre.

Castilla: La tipología más común es la cruz de piedra, de grandes dimensiones y compuesta por un plinto de uno, dos o tres escalones, una columna con o sin base, de fusta estriada, lisa o con decoraciones alegóricas sobre la que se sitúa un capitel y rematada por la cruz propiamente dicha, a veces con escenas e imágenes grabadas. Los propósitos de estas cruces llamadas comúnmente humilladeros, son muy variados, desde el cuidado de las almas del purgatorio (las menos) hasta funciones administrativas y judiciales (en el caso de antiguas picotas o rollos jurisdiccionales reconvertidos tras la caída del Antiguo Régimen). Algunos de estos humilladeros presentan una protección arquitectónica compuesta por un techo a cuatro aguas y columnas de piedra labrada, adquiriendo una cierta monumentalidad por su tamaño y relevancia artística. También existen humilladeros con aspecto de pequeñas ermitas, pero en cualquier caso suelen ser mucho más grandes y más vistosos que los meros asubiaderos que recogemos en este mapa y que son típicos del ámbito montañés y cantábrico.

EJEMPLOS EN LA CANTABRIA BURGALESA

El presente mapa recoge todas las ubicaciones que conocemos hasta la fecha de este tipo de capillas en Las Merindades. Mapa realizado gracias a los datos facilitados por Eduardo Montañés, Andrés Correo Matas, Borja González y varios otros informantes de Facebook. ¡Gracias a todos!

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A continuación os mostramos una selección de imágenes de distintas capillas de ánimas situadas en nuestra zona.

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Entre Soncillo y Quintanaentello, Valle de Valdebezana.

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Brizuela, Merindad de Valdeporres.

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Casillas, Villarcayo.

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Hornillalastra, Merindad de Sotoscueva.

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Villasana, Valle de Mena (Foto de José Íñigo Otaola).

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Montejo, Alfoz de Bricia.

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Quintanilla, Santa Gadea del Alfoz.

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Munilla, Valle de Valdebezana.

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San Vicente de Villamezán, Valle de Valdebezana.

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Oteo de Losa, Medina de Pomar.

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Virtus, Valle de Valdebezana.

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Linares, Merindad de Sotoscueva.

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El Almiñé, Merindad de Valdivielso.

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Momediano, Medina de Pomar.

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Santa Coloma del Rudrón, Sargentes de La Lora.

Agradecimientos:
Texto gracias a varias páginas web y los comentarios de Angel Neila, Xurde Morán y Eduardo Montañés.

Bibliografía:
Sánchez Trujillano, M. T. y Gómez Martínez, J. R. (1978). «Los santucos montañeses». Narria: Estudios de artes y costumbres populares (12): 33-35.
Sánchez Trujillano, M. T. (1976). «Humilladeros de La Montaña. Los “Santucos de las Ánimas”». Publicaciones del Instituto de Etnografía y Folklore Hoyos Sainz (VIII): 259-276.

 

 

 

 

El azul en puertas y ventanas

El color azul en puertas y ventanas se lleva utilizando desde hace mucho tiempo en diferentes ámbitos culturales. En el Mediterráneo (Santorini, Ibiza, Túnez, Marruecos, etc.) forma parte de los colores icónicos de muchas aldeas costeras. Pero también en el Atlántico, desde Galicia hasta Irlanda se ha utilizado aunque probablemente con significados diferentes.

Y por el interior noroccidental ibérico, hubo un tiempo no muy lejano en que se pensaba que ahuyentaba a las moscas, razón por la que se utilizaba con profusión en cocinas y establos. Relacionado con esta función, mencionar que en Valderredible existe la creencia de que pintando el número 58 a la entrada de la casa no entran las moscas, aunque esté pintado en un papel.

También es un color asociado a la creencia de que espantaba a demonios, brujas y otros seres malignos de la casa. La creencia de que ahuyenta y protege de las brujas está extendida por buena parte del globo, desde los Amish de Pennsylvania o los indios nativos de México hasta Grecia o el mundo musulmán… Tal vez algo haya de cierto, vista su extensión.

 

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Escalada, Valle de Sedano. Foto de José María Fernández.

 

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Robredo, Valle de Zamanzas. Foto de Javi F.S.

 

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Leva de Valdeporres. Foto de Raúl G. Coto.

Hasta la Edad Moderna, la forma más barata de obtener el color azul era machacando azurita, un carbonato de cobre. Cuando se mezcla la azurita con aglutinantes oleosos, se produce oleato de cobre, un fungicida ligeramente tóxico para la vida salvaje. Tal vez de esta tradición venga las propiedades que se le presumen de ahuyentar a las moscas. En el siglo XVIII se inventó el azul de Prusia, que mezclado con blanco de titanio y petroleo dio origen a los brillantes azules que conocemos en la actualidad, un tono que se extendió a partir de entonces por toda Europa por su rareza y vistosidad. Los esmaltes sintéticos ya listos para usar datan de los años 30 del pasado siglo XX y fueron reemplazando a la preparación manual y casera que suponía el azul de Prusia hasta entonces.

Como curiosidad, señalar que ya en 1776 las Ordenanzas de Arsenales exponen unas condiciones de pintura de los buques de la Real Armada, especificándose que las habitaciones de los oficiales se pintasen de color blanco o azul. «Los navíos, fragatas y demás embarcaciones que lo necesitasen serían pintados igualmente de dos en dos años, se controlaría que no se emplease otro color en la talla exterior y galones que el amarillo y negro; en las cámaras, el de porcelana y azul; y en los entrepuentes y castillo la tierra roxa, excepto orden particular del Ingeniero General.»

En nuestra costa se solían utilizar las pinturas que sobraban de renovar las embarcaciones para pintar puertas y ventanas, con colores llamativos muy característicos, entre ellos el azul.

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Crespos, Valle de Manzanedo.

 

Trabas o pasaderas

«De vara en vara, traba»

Los muros exteriores tradicionales de las casas de la zona, de unos 60 cm de ancho, suelen estar construidos con dos hojas de piedras más o menos trabajadas en su cara vista y con un relleno de cascotes y barro entre medias.

Para evitar que ambas caras se viniesen abajo, el cantero solía colocar a una distancia aproximada de una vara (83 cm) unas piedras que atravesaban el muro de lado a lado y que se llaman TRABAS o PASADERAS.

 

Aún se recuerdan varios cantares y rimas al respecto:

«Canterito de Dios, pon dos piedras sobre una, y una sobre dos; todas al cordel, y que ninguna pegue en él»

«Canterito de Dios pon un canto sobre dos, y al acabar la jornada, traba». Los que así lo hacían contaban las trabas para saber las jornadas trabajadas, sin embargo el armado no sería tan fuerte.

A veces se las denomina también como tizones y la combinación de ambas es conocida como aparejo a soga y tizón.

Esta pared llena de trabas está en Relloso, Valle de Losa.

 

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Foto de Begoña Fernández.

 

Hornos comunales u horneras de Merindades

CÓMO SE HACÍA PAN ANTIGUAMENTE

La hornera es una pequeña construcción de piedra, común en muchos pueblos, donde estaba el horno para cocer el pan. Horneras hubo en muchos pueblos, los más acomodados tenían hornos particulares pero también había pueblos en los que ni siquiera había horno comunal y los vecinos tenían que desplazarse a pueblos vecinos a cocer su pan. La edificación no poseía más que una puerta de entrada y una abertura en la techumbre. En el interior se encontraba el horno propiamente dicho, la masera y unas tablas a modo de estantería. Lo había construido el pueblo y lo utilizaban los vecinos. En algunos sitios existía un alcalde de horno que se encargaba de su cuidado y organización. Si el horno sufría algún desperfecto, el concejo se responsabilizaba de arreglarlo. Todo el año hacían uso de él para cocer el alimento básico de antiguamente, el pan.

Cada vecino llevaba todo lo necesario, incluida la pala. La organización del uso de los hornos comunales se reducía al acuerdo entre los vecinos para empezar a cocer. El primero que calentaba el horno necesitaba más leña que los que vinieran después a cocer. Cuando estaba muy frío el horno, entre todos llevaban leña para calentarlo la primera vez, porque el primero que cocía gastaba mucha leña. El modo de pedir la vez para cocer en el horno comunal era preguntar: ¿Quién tiene el fermento? El fermento era la pella de masa de harina fermentada, de unas dos libras de peso (un kilo, aproximadamente), que circulaba de vecino en vecino cuando se disponían a cocer en el horno. Se utilizaba para fermentar la harina amasada del que pretendía cocer. El fermento era el signo que pasaba de mano en mano para coger el turno de utilización del horno. Tomaban el fermento, lo pesaban con la romana y después lo envolvían con la masa que preparaban para cocer. Luego, una vez fermentada la masa, separaban una pella del mismo peso que la que le habían dado, la guardaban en un trapo o en un recipiente apropiado y quedaba lista para el siguiente que había pedido la vez en el horno. Era una costumbre que reafirmaba la estrecha relación vecinal de estos pueblos, la constante interdependencia social en la que vivían. El pan que cada uno comía, el alimento básico, tenía un poco del pan de todos los vecinos.

En algunas familias había un consenso interno, de modo que el hombre preparaba el horno y la mujer hacía el pan. Llenaban el horno de leña, matorrales como la escoba o la genista y porros de roble. Luego prendían fuego hasta que adquiría la temperatura precisa para cocer pan. Para cocer el pan

había que rojar el horno. Cuando quedaba blanco el cielo del horno y salía la blancura a la boca del horno. Se movía la brasa con un palo largo y se hacía luego un barrido del piso del horno con unas escobas atadas a la punta con unos belortos de paja. Y si veías que todavía tenía mucha temperatura, se dejaba decaer un poco. El horno estaba listo cuando su interior tomaba un color blanquecino. Era el momento idóneo para meter las hogazas de masa que anteriormente habían preparado las mujeres de cada casa.

Mientras el hombre de la casa preparaba el horno, la mujer amasaba la harina y hacía las hogazas que iba a cocer. También la mujer solía realizar simultáneamente ambas operaciones cuando no tenía ayuda. La masa se preparaba la noche anterior con harina, agua caliente y sal gorda. Previamente se disolvía la pella de fermento y la sal en agua caliente, y luego, poco a poco, se mezclaba todo con la harina en la masera. Si el pan lo hacías con agua templada, el pan te quedaba más blanquito que si lo hacías con agua más caliente. Se calculaba, de cada hemina de pan salían tres panes. Luego, a cada hemina de pan se le echaba tres puñados de sal, uno por cada hogaza. Se amasaba bien, se dejaba reposar la masa, y después crecía y se ponía a dormir. Se le hacían rollos y se tapaba con una sábana y con una manta, y a dormir. Sobre la masa, antes de taparla con una sábana y una manta, se realizaba una cruz. Para unos era un signo religioso y para otros era una señal que delataba cuando estaba venida la masa, porque se deshacía la cruz. Después de que la masa estaba venida extendías la manta y la sábana sobre la mesa. Allí permanecían hasta que tuvieran la segunda venidura. Se sabía que las hogazas estaban preparadas porque al clavarlas una paja o un palito, si la masa salía pegada al palo, pues aún no estaba. Si lo metías y salía limpio, ya estaba.

La hogaza era redonda, con un peso aproximado de tres kilos. También hacían piezas más pequeñas como las bollas, las tortas, hornazos, empanadas… Se hacían 24 o 25 hogazas, más las bollas y los hinchones. Si cocían dos vecinos a la vez clavaban unos palitos o unas pajas sobre las hogazas de uno de ellos para diferenciarlas.

Las hogazas se metían en el horno cuando éste había llegado a su punto preciso de calor, “cuando la blancura le había llegado a la boca…” Utilizaban para ello una pala de madera espolvoreada con harina. Luego esperaban que cociera el pan. Cada uno tenía su propia experiencia para saber si el pan había cocido lo suficiente. “Se sabía que estaba cocido porque cuando lo tocabas al sacarlas del horno sonaban como la pandereta. Ibas moviendo todas las hogazas con un palo para que no se pegaran en el interior del horno, y cuando empezaban a sonar como a hueco las sacabas con la pala de madera otra vez. Cuando se cogían, según el peso, se le daba con la mano y si sonaba a pan, ya estaban.” El pan luego se sacaba para que se enfriara y luego en unos cestos se llevaba a casa. En casa se metían en un arca.

El número de hogazas que se cocían variaba según la época del año y la capacidad del horno. En invierno cocían más hogazas que en verano. El pan se estropeaba con más facilidad en los meses de calor. En verano los vecinos se intercambiaban alternativamente las hogazas de pan para no tener que estar cociendo frecuentemente en el horno. “En verano se gastaba más pan por el trabajo, por eso procurábamos las vecinas gastar el pan unas de otras. Cogía cinco o seis a una vecina y luego en mi hornada ya tenía cinco o seis gastadas, así también el pan no se estropeaba, porque aunque cocías lo mismo, gastabas menos de los tuyos y lo que faltaba se lo pedías a otra.” Cocían una o dos veces al mes según la época del año, cada quince o veinte días. Esto dependía de varias circunstancias: del número de miembros de la familia, del gasto diario de pan, de las comidas extraordinarias que tenían si contrataban jornaleros…

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Artesa llamada diesga o desga por Mena y Trasmiera. Foto de Olaia Berganza.

El pan se conservaba en arcas, aunque también esto dependía de épocas. Si se tenía bodega, se colocaba en una tabla colgada para que el ratón no anduviera, la tabla se colgaba de unos alambres del techo. En invierno se conservaba en la bodega, sobre la tabla, al aire, o sobre un arca, pero siempre fuera. En verano dentro de un arca, porque el verano es seco. Con el pan cocido en casa se aseguraba el alimento de los días que duraba. El pan no sólo acompañaba todas las comidas, sino que era la base de la alimentación. “Se gastaba mucho pan. Aquí iba uno con las vacas para el monte, otro con las cabras y las ovejas, y cada uno se llevaba un trozo de pan, y luego muchas sopas de pan en casa, entonces todo era a base de pan. Se gastaba a lo mejor una hogaza diaria, eso era según las familias.” El pan estaba en todas las sopas; el pan acompañaba todos los guisos y todos los alimentos, con el tocino, con el chorizo… No tenía sentido comer sin pan; y era muy habitual comer pan solo, pan moreno, a veces duro… Y cuando el pan estaba duro, mejor, ¡estaba riquísimo!.

Texto de Juan Manuel Rodríguez.

 

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Transportando el pan desde el horno a casa en lo que por Mijangos llaman berganazo.

 

ESTADO ACTUAL DE LOS HORNOS DE MERINDADES

Podemos distinguir cuatro tipologías de hornos en la comarca, según su nivel de conservación:

  1. Hornos bien rehabilitados y en uso.
  2. Hornos bien rehabilitados sin uso.
  3. Hornos mal rehabilitados utilizados para otros usos.
  4. Hornos en ruinas.

 

1. En unas pocos casos conocidos, hay hornos que han sido rehabilitados y recuperados para eventos relacionados con las festividades locales. Por ejemplo, a la Romería de San Lorenzo que se celebra en el cercano Valle de Valderejo cada 10 de agosto acude gente de Valdegovía, del Valle de Losa y de otros municipios vecinos de Merindades y de Álava. La fiesta comienza a la mañana en Lalastra donde se comienza a fabricar pan artesano utilizando para el ello el viejo horno de pan. Luego se parte hacia la ermita donde se celebra misa, se comen choripanes (bollos rellenos de chorizo) y se rifan los panes artesanos hechos a la mañana. Luego se regresa a Lalastra donde se almuerza y se continúa la fiesta con campeonatos de bolos, juegos infantiles, etc.

 

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Horno en uso para fiestas y eventos del pueblo en Lalastra, Valderejo. Foto de Lanchero.

 

2. Hay hornos y horneras que han sido rehabilitados de forma correcta y respetuosa por parte de diferentes organismos y entidades, pero que hoy en día se mantienen sin ningún uso conocido. Es decir, estamos ante rehabilitaciones muy buenas que no se utilizan para nada, ni siquiera para el turismo. Y cualquier edificio debe tener una función para seguir existiendo, aunque sea diferente a la original. En caso contrario terminan desapareciendo.

 

Hornera de Población de Arreba, Valle de Manzanedo.

 

3. Puede pensarse entonces que lo mejor que los hornos se usen para algo, aunque no sea para hacer pan. Y efectivamente, eso es lo que ocurre en la mayoría de los pueblos en los que han sobrevivido, convertidos en bares, cantinas, locales asociativos, etc. En esta tercera tipología incluimos a los hornos rehabilitados de forma poco respetuosa con la estética tradicional del edificio y/o del lugar. Los hay por toda la comarca aunque tienden a concentrarse en su mitad oriental.

 

Hornos de Quintanilla Montecabezas (Merindad de Cuesta Urria) y  Promediano  (Valle de Tobalina), actual cantina del pueblo. Fotos de Bixente y Fernando P.I.

 

Horno-cantina de Cillaperlata y horno-merendero de Torme. Fotos de Antonio García y de Asier Kalaza.

 

 

Nuestras palabras: Atrancos

Significado: Piedras pasaderas.

Lugar: Pasieguería

Fuente: Informantes de nuestra página de Facebook.

El más primitivo de los puentes, consistente en unas piedras altas para poder cruzar un río sin mojarse los pies. Un concepto relacionado es el de cepas, que son las bases de los arcos que sostienen un puente de mejor y más elaborada factura. Un pontón es aquel que tiene unas cepas de piedra y una base plana de troncos de madera (sustituidos en los últimos tiempos por vigas de cemento), como los que hay por la zona del Valle de Manzanedo (Cidad de Ebro y Tubilleja).

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Atrancos en el río Molinar, Tobera, Frías.

Molinos en Merindades

En las Merindades existían dos tipos de molinos en función de su propiedad. Los más sencillos eran los comunales, pertenecientes a todos los vecinos del pueblo, y cuyo edificio consistía solo de una sala que cubría y protegía el mecanismo de moler. Otros molinos eran privados, albergando en un edificio anexo las dependencias del molinero, que cobraba la «maquila» (un determinado porcentaje de grano) por el derecho a usar su molino.

La sala de la molienda era el espacio más importante del edificio, ya que en ella tenía lugar la transformación y molduración del grano. En su interior se encuentran todos los instrumentos necesarios para moler el grano, por ejemplo, las piedras que se sitúan en una plataforma elevada a un metro de altura, protegida en ocasiones por el guardapolvo o tambor que las aísla del exterior (estructura poligonal o circular de madera). Las piedras son el elemento principal para moler el grano. Se componen de una piedra fija (solana) y otra móvil o volandera. Dependiendo del producto que se quiera producir se utiliza la piedra blanca, para el pan, o la piedra negra, para el pienso. En algunos casos están cinchadas por piezas metálicas, bien para evitar su rotura, bien para unir varias piezas. Su diámetro se cifra entre los 1,10 y 1,30 metros, con un peso alrededor de 800 a 1500 kilos. Para moler el grano tienen una serie de estrías conformando un dibujo en espiral, desviando la harina hacia el guardapolvo. Delante del guardapolvo se sitúa el cajón, arnal o harinero, realizado de madera y rectangular, donde cae la harina ya molida. También encontramos la cabria u horquilla, un mecanismo complementario que sirve para levantar las piedras y proceder a su rehabilitación. Está formada por dos vigas, una horizontal y otra vertical, con dos barras de hierro curvadas para enganchar las piedras. Esta sala cuenta asimismo con una escalera pequeña para acceder a la tolva (depósito de madera en forma de pirámide invertida) donde se vierte el grano.

En la imagen se pueden apreciar que este molino de El Ribero, Merindad de Montija, tenía cuatro muelas, una de ellas con guardapolvo. Además conserva la cabria y las tolvas, que como ya no se usan se han puesto boca abajo.

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Descripción de la sala de molienda de Aaron Blanco.

La solana losina y la «morisca»

Llevamos ya un tiempo dando a conocer las casas con solana o balcón característico y prototípico de la casa solariega montañesa, como el ejemplo que acabamos de publicar esta mañana. Pero en Merindades (y en Cantabria) también existen otras tipologías arquitectónicas con solanas bien diferentes.

Un modelo distintivo es la SOLANA LOSINA: Más pequeña, centrada (sin ocupar toda la fachada de punta a punta) y a menudo encastrada en la pared y/o protegida por un quiebro en el caballete de la cubierta que hace que el tejado sea a tres aguas en vez de a dos. De hecho, la forma del tejado es casi tan característica de esta zona como la propia solana, llamándose MORISCA por las Encartaciones.

Este tipo de balcones se localizan fundamentalmente en el Valle de Losa y Valdegovía, mostrando una vez más las estrechas relaciones culturales que mantienen estas dos zonas desde tiempos ancestrales. También existen ejemplos esporádicos (y mezclados con otras tipologías) por otras zonas del oriente de las Merindades (Mena) y de Cantabria (este del Asón), en Carranza y las Encartaciones, en una zona que coincide, grosso modo, con el territorio que ocuparon los autrigones prerromanos desde el Ebro hasta Castro Urdiales. Y es que estamos probablemente ante la forma constructiva más antigua de toda esta zona, con varios siglos de presencia en el lugar.

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Casa en Villaluenga de Losa.

¿Hórreos en el Valle de Mena?

Un hórreo es una construcción destinada a guardar y conservar los alimentos alejados de la humedad y de los animales para mantenerlos en un estado óptimo para su consumo. Se caracteriza por mantenerse levantado del suelo para evitar la entrada de humedad y de animales (especialmente ratones y otros roedores) y por permitir la ventilación a través de ranuras en las paredes perimétricas.

Este tipo de almacén existe en muchas otras partes del planeta. En la península ibérica se distribuyen actualmente por todo el Norte desde Portugal hasta Navarra, existiendo indicios de su existencia desde tiempos prerromanos. También los romanos tenían horrea o graneros en sus villas. Distinguían tres tipos, uno de ellos con pilares, similar al que conocemos hoy día.

Pero la PRIMERA REFERENCIA DOCUMENTADA DE LA EXISTENCIA DE HÓRREOS en la Península Ibérica se encuentra en el famoso documento del año 800 relativo a la fundación del monasterio de Taranco, Valle de Mena. Este documento registra donaciones de ganado, tierras y edificios, entre ellos:

«Hedificavimus ibi domicilia, cellarios, ORREOS, torcularibus, cortinis, ortos, molinis, manzanares, vineis seu cetera arbusta pomifera»

No existe unanimidad entre los autores sobre si se trata de un hórreo tal y como lo conocemos en la actualidad o de otra variante menos evolucionada. En cualquier caso, estos hórreos medievales solían estar vinculados a monasterios, las únicas instituciones de la época capaces de tener excedentes agrícolas de cierta entidad. Gonzalo de Berceo (siglo XII), evocando un milagro de San Millán de la Cogolla, habla de la construcción de un hórreo de madera en el monasterio emilianense.

La llegada del cultivo del maíz al Noroeste Ibérico a partir del siglo XVII hizo que los hórreos se generalizasen entre los pequeños agricultores. Pero en nuestra zona y en gran parte de Cantabria, la necesidad de almacenar y secar la cosecha de maíz y otros alimentos la cumplió la SOLANA o balcón típico de las casas montañesas. Es por ello que en estas zonas el hórreo no llegó a extenderse y terminó desapareciendo.

Aunque resulta imposible saber qué aspecto tendría el hórreo del monasterio de Taranco, tal vez se pareciese a los modelos menos evolucionados que tenemos en España, como los ejemplos que presentamos en estas fotos.

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Hórreo de Orbaizeta, Navarra.

 

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Hórreo de Liendo, Cantabria.

 

Cocina Baja o Cocina de Humo

La COCINA BAJA o COCINA DE HUMO como esta de Villanueva de los Montes, Oña, es el tipo de cocina más antiguo de la comarca. Consta de una enorme campana que cubre totalmente la habitación, con el hogar en el centro sobre una base de piedra o de arcilla, y alrededor de él los ESCAÑOS para sentarse. En no pocas ocasiones la habitación carecía de toda abertura en los muros, a no ser la de la chimenea, y por esa razón reciben también el nombre en algunos sitios de cocina de claraboya, pues el óculo de la chimenea era la única entrada de luz.

Desgraciadamente, apenas quedan ejemplos en la zona de este tipo de cocinas, ni antiguos ni reformados. En Puentearenas, Valdivielso, queda una, según nos informa Ana Rallo.

Texto y foto: Arquitectura Popular de Las Merindades.arquitecturapopulardelasmerindades