La genética de poblaciones humanas es una rama de la biología que intenta describir, entre muchas otras cosas, cómo ha ido evolucionando y desplazándose la población humana a lo largo de la historia. Cuando se trata de explicar nuestro pasado, este ámbito científico es de enorme interés porque nos arroja luz sobre todos aquellos aspectos de nuestro pasado que tienen una sólida base poblacional y no solo meramente cultural.
Un ejemplo clásico de producto cultural es el lenguaje. La adquisición y extensión de una lengua es un producto básicamente cultural y no todos sus hablantes tienen por qué compartir la misma herencia genética. El hecho de que un indígena de Los Yungas de Bolivia tenga como lengua materna el español no lo convierte en genéticamente similar a un habitante de la península. Lo mismo puede concluirse de cualquier lengua, incluida el vasco. Porque las lenguas son todas productos culturales.
Un segundo aspecto que conviene aclarar es que la genética de las poblaciones en absoluto conlleva connotaciones que pudieran ser tildadas o utilizadas por alguien con fines racistas, ya que a esta rama del saber no le interesa en absoluto los orígenes específicos que tiene una persona concreta a nivel genético. Le da igual si Fulanito Pérez, natural de Sevilla, tiene un origen escandinavo o no. Trabaja con grandes números. Parte de la base de que cualquier población de cualquier territorio está hoy día “muy mezclada” y en lo que se centra es en extraer conclusiones sobre el PORCENTAJE de ocurrencia de tal o cual gen específico en un gran número de personas representativas de un sitio, con la finalidad última de conocer más sobre nuestro pasado, los desplazamientos de la gente y la INFLUENCIA POBLACIONAL en la conformación de una sociedad y una cultura concretas.
Estos estudios se basan en el hecho de todos nuestros genes van sufriendo ligerísimas mutaciones con el paso del tiempo. Y ocurre que en la especie humana tenemos dos genes concretos que son muy interesantes para analizar nuestra evolución porque solo se transmiten a través de nuestros padres y madres. En concreto, los cambios que se producen a lo largo del tiempo en ciertas partes (llamadas haplogrupos) del cromosoma sexual masculino Y (ADN-Y) se utilizan para conocer cómo han ido evolucionando genéticamente nuestros antepasados masculinos, mientras que los cambios en el ADN que tenemos todos en las mitocondrias de cada célula (ADN mt) son los utilizados hoy día para conocer lo mismo en el caso de nuestros ancestros femeninos, ya que solo se transmiten por línea matrilineal. Analizando las sucesivas mutaciones de estos haplogrupos se pueden trazar mapas bastante precisos sobre cuándo, desde dónde y hacia dónde han ido desplazándose las poblaciones humanas durante la prehistoria e incluso la historia.
La genética de poblaciones es uno de los campos científicos más efervescentes de la actualidad, en el que se están produciendo avances notables cada año. Hoy día se sabe que la población ibérica masculina pertenece mayoritariamente al haplogrupo R1b. Esto nos vincula al resto de la Europa Occidental Atlántica, donde también este haplogrupo es predominante (Irlanda (81%), Gales (74%), Escocia (72,5%), España (69%), Inglaterra (67%), Bélgica (61%), Francia (58,5%), Portugal (56%), Suiza (50%), y porcentajes cercanos al 50% en Holanda (49%) y Alemania (44,5%), datos de Eupedia). Esta mutación surgió a partir del haplogrupo R en Oriente Medio durante el Paleolítico, hace casi unos 20.000 años. El R1b siguió experimentando variaciones (M269 ya en Europa oriental, L11, U106…) y al principio de la Edad de los Metales apareció la mutación S116 en el sur de Francia que dio origen posteriormente a las dos principales ramas que se han localizado hoy día en el oeste de Europa: la Celto-Atlántica (R1b-L21/M529) y la Ibérico-vasca (R1b-DF27).
La subdivisión R1b-L21 (también llamada M529) es el haplogrupo que mejor define a los pueblos de las Islas Británicas (Irlanda (54%), Bretaña (52%), etc.). No se conoce el lugar exacto donde se originó aunque se cree que fue en algún punto de la actual Francia y hace unos 3800 años. En España presenta las más altas frecuencias en Galicia (8%), Asturias (6%) y Cantabria (6%) (Datos de Valverde 2016; N=63 – 146). Como vemos, porcentajes que están lejos de ser significativos y que alejan a los gallegos, cántabros o vascos de los habitantes de las Islas Británicas.
El haplogrupo R1b-DF27, que hemos llamado Ibérico-vasco (equivalente al galo-ibérico de Eupedia) es tal vez el más interesante para nosotros. Y esto es así porque es la subdivisión del R1b que mejor nos define. En torno a un 42% de todos los hombres de cualquier rincón ibérico llevan este marcador en sus genes. Y entre los vascos nativos el porcentaje aumenta al 74% (Solé Morata et al, 2017). En otros vecinos europeos el porcentaje es mucho menor: Francia (11%), Gran Bretaña (15%) o Irlanda (1%).
Esta variante R1b-DF27 se originó hace sólo unos 4200 años, es decir al principio de la Edad de los Metales. Debió surgir en el noreste de la península, actual Cataluña (véase imagen). A pesar de su elevada frecuencia actual en el País Vasco, las medidas internas de diversidad y las estimaciones de la antigüedad son más bajas en los vascos que en cualquier otra población, lo que descarta esta región como punto de origen de la variante (Solé-Morata, 2017). Lo que debió ocurrir en el País Vasco es que unos pocos individuos con este marcador quedaron aislados en algún momento del pasado y no sufrieron influencias genéticas posteriores.
El R1b-DF27 siguió sufriendo mutaciones posteriores, algunas de las cuales han sido rastreadas y han permitido establecer interesantes conclusiones, como que la subdivisión Z195 se localiza en la zona vasco-ibérica pero apenas tiene presencia en el oeste peninsular, por lo que toda esta zona de Galicia, Asturias y Portugal deben estar albergando algún otro subtipo de R1b-DF27 aún no descubierto.
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