Habilidad antiguamente común por zonas con ganado suelto por el monte, derivado del hecho de que los campanus venían “sin preparar” de fábrica. Entonces con la ayuda de un martillo se le iba dando una serie de golpes suaves y certeros hasta conseguir que sonase de una manera particular. “Vas dándole a un lado y al otro y ves donde mejora y donde empeora el sonido. Entonces quitas donde empeora y das donde mejora”.
Robustiano, el último campaneru de Lunada, Espinosa de los Monteros, comentaba a Elías Rubio «El sonido de los campanus no es el que yo quiera, sino el que quieran los pasiegos… los cencerros los compraba yo por ahí, por las ferias, y lo que hacía era cambiarles el sonido o las voces, porque aquí al sonido de los cencerros se los llama voces». «No es lo mismo preparar un campano para las vacas que pacen por el monte que para las que iban a mudar. Antes, a las vacas que iban a mudar se les ponían los mejores y más grandes campanos y el sonido tenía que ser también especial».
En la Aldea del Portillo del Busto (Oña), el suegro de Juan Molinuevo también hacia esto: les cambiaba el sonido a los cencerros dándoles unos golpecitos según como quisiera que sonasen.
Foto de Javier Caso.