La Virgen de la Vega, Pedrosa de Valdelucio, Las Loras

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Foto de Pedro M. Barriuso.

Santuario de la Virgen de la Vega en Pedrosa de Valdelucio, Las Loras. Lugar de encuentro de loriegos y vallucos.

En esta ermita se celebra el primer domingo de julio una romería que atrae anualmente a numerosos vecinos y visitantes no sólo de los municipios loriegos de Valdelucio y el Tozo, sino también de la mitad occidental de Valderredible, todo Valdeprado y Valdeolea y algún pueblo del noreste de Aguilar de Campoo. Tras la misa y la procesión se celebra una comida de hermandad en la que autoridades y vecinos comparten mesa, contribuyendo a estrechar lazos entre los habitantes de estos ayuntamientos. El año pasado ofició la ceremonia religiosa el obispo de Santander.

Tal vez a alguno le extrañe esta presencia cántabra en Las Loras o incluso la devoción que tiene esta Virgen entre zonas tan alejadas de las Loras. La razón inmediata es que todos estos pueblos conformaron al menos desde la Edad Media, un arciprestazgo común denominado Arciprestazgo de Valdeprado, cuya extensión mostramos en el mapa adjunto y que coincide a la perfección con los pueblos que siguen mostrando devoción por esta Virgen. En el año 1955 se produjo la última adecuación de los límites eclesiásticos a los administrativos y Valdelucio pasó a pertenecer al arciprestazgo burgalés de Ubierna Urbel, pero las tradiciones se mantienen.

Sabido es que los límites eclesiásticos son tradicionalmente más conservadores que los administrativos, lo que tal vez sea indicador de que estos pueblos compartían antiguamente algo más que una mera devoción religiosa. Ya hemos mostrado en esta página ejemplos de otros lugares de la Cantabria Burgalesa donde puede rastrearse una relación entre romerías actuales y recintos castrales pasados.

Además de esta fiesta mayor, el santuario congrega rogativas en las que diferentes comunidades acuden en procesión con sus imágenes de la Virgen por caminos y carreteras antes de celebrar una misa seguida de un encuentro festivo que supone también una importantísima ocasión para el encuentro entre amigos y familiares. Por ejemplo, el concejo valluco de Valdelomar, ubicado en la cara norte de la lora de Valdivia, celebra su rogativa la víspera del Corpus. En esta fecha se reúnen solo los vecinos de los cuatro pueblos cántabros que forman este concejo: Santa María de Valverde, San Andrés, San Martín y Castrillo, y acuden en rogativa a Pedrosa de Valdelucio, distante unos 18 km por caminos vecinales. Estas cuatro aldeas comparten un monte comunal cuyos beneficios se dedican desde tiempos inmemoriales, entre otras cosas, a pagar esta celebración. Los concejos de Valdelucio y Los Tozos celebran sus propias rogativas en días distintos.

Fuentes:
López, T. (1829). Censo de Población de las Provincias y Partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI. Imprenta Real.
Rivas, A. M. (1991). Antropología Social de Cantabria. Ediciones de la Universidad de Cantabria.
Zubieta, J. L. (2008). Geografía Histórica de la Diócesis de Santander. Ediciones de la Universidad de Cantabria.

Catálogo de los tejos de iglesia en el ámbito cántabro

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El tejo fue un árbol sagrado para los antiguos cántabros, astures y galaicos. Un árbol tótem, mágico-religioso, que siempre se asoció a la vida, la muerte y la eternidad. En tiempos remotos organizaba parte de las creencias, valores, cultura y territorio de estos pueblos, cobijando bajo su sombra asambleas, concejos y fiestas. Su enorme longevidad y su capacidad de regeneración a partir de ramas que tocan el suelo o incluso raíces aéreas que descienden en ocasiones por su viejo tronco hueco dan fe de su connotación de inmortal y eterno.

Isidoro de Sevilla cita al tejo como propio de Cantabria y, según Silio Itálico, las gentes de este país extraían de este árbiol el veneno con el que se suicidaban cuando la edad las hacía inútiles para la guerra. También Plinio alude al tejo como veneno propio de los hispanos. Cuando los cántabros fueron cercados en el monte Medulio, la mayoría se suicidaron para escapar de la esclavitud. Dice Floro que lo hicieron por la espada, por el fuego y por un veneno sacado ex arboribus taxeis, del tejo.

Desde aquellos tiempos ha llegado hasta nosotros, muy desdibujada hoy en día ya, la vieja costumbre de plantar un tejo junto a la iglesia o la ermita recién edificada. Son los denominados TEJOS DE CULTO (llamados así para diferenciarlos de los tejos silvestres o «tejos ocultos»). De hecho, su doble connotación muerte-vida y su pasado religioso se manifiesta aún hoy en la presencia relativamente común de tejos en cementerios e iglesias de todo el noroeste peninsular, desde Sanabria hasta Cantabria.

También en Merindades encontramos extraordinarios ejemplos de tejos de iglesia, como los de Quintanilla del Rebollar, El Rebollar y Cornejo (Sotoscueva), Robredo de las Pueblas y Busnela (Valdeporres), Montoto (Valdebezana) o La Cabaña de Hijedo (Alfoz de Santa Gadea), el bonito ejemplar adulto localizado en el pueblo abandonado de Villamardones (Valderejo) que es el único tejo de culto localizado en el País Vasco o los singulares ejemplares jóvenes del Valle de Losa (San Martín de Losa, Villaño y Mijala). Más al este de España no se documenta ningún tejo de iglesia.

 

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MONTOTO, VALDEBEZANA

Se trata de un tejo centenario, en excelente estado de salud y que apenas ha sufrido podas. Aunque está ubicado en una finca anexa al templo, aparentemente guarda una relación directa con el mismo ya que no se localizan más tejos ni en el pueblo ni en los alrededores. Ejemplos similares a éste (tejos situados en fincas anexas al recinto de la iglesia) los encontramos también en Busnela (Merindad de Valdeporres) y en Rucandio (Valderredible).

Recordemos que esta costumbre de plantar tejos junto a iglesias es típica y característica del ámbito europeo atlántico y en España sólo se da en las zonas antiguamente pobladas por galaicos, ástures y cántabros. Ningún otro pueblo hispano mantuvo esta costumbre.

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Montoto, Valdebezana.

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Montoto, Valdebezana.

 

LOMAS DE VILLAMEDIANA, ALFOZ DE BRICIA

Situado en la cara norte del templo, dentro del cementerio anexo. Goza de buen estado salud aunque las ramas de la parte baja han sido podadas varias veces, probablemente para que no ocupase mucho sitio en el cementerio.

Otra maravilla de árbol singular de la comarca, que necesita de nuestro cariño, cuidados y protección.

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BISJUECES, VILLARCAYO

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VILLARCAYO

Este precioso tejo hembra fue plantado al mismo tiempo que se consagró la nueva iglesia de Villarcayo, en 1970. Cómo mandan los cánones. Tiene por tanto unos 45 años (muy joven) pero ya veis que ha alcanzado un buen tamaño.

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QUINTANILLA DEL REBOLLAR, MERINDAD DE SOTOSCUEVA

Dicen que, en el Juicio Final,
a todos cuantos sepan
el nombre de cien árboles,
habrán de absolverlos para la eternidad.
A mí, desde hoy,
me queda un nombre menos.
Aprendí el tejo.

Estaba en el antemuro interno
de la ermita parroquial
de Quintanilla del Rebollar,
allá en el Alto Burgos,
cercano a los Montes Cantábricos.

Junto a la cancela
que limita el pequeño altozano,
sobre el que se erige la ermita,
allí se erguía, grave y enhiesto;
más orondo que un ciprés,
y más adusto que un roble o un pinsapo,
majestuosamente serio, el tejo.

Los antiguos griegos lo creyeron eterno,
y junto a él ubicaban sus tumbas,
de lápidas y epitafios.
Una voz amiga me lo señaló.
Guardián del sacro lugar,
y del cementerio aledaño,

me pareció apropiada
compañía para todo
lo que la sobria ermita encerraba:
las santas imágenes sagradas
y los pocos restos humanos
que allí descansan.

Qué bien plantado lo encontré,
al tejo… con su doble presencia,
sacra y profana.
El tejo, de hermosa estampa.
El tejo, que me prestó su imagen
para que la uniera a su palabra.

Un nombre de árbol, apenas nada;
pero mucho para mí,
que despertaba del sueño leve
de ignorar que ignoraba
la existencia del tejo,
en tanto que árbol,

y en tanto que palabra.

Texto de Santiago Delgado.

 

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LA CABAÑA DE HIJEDO, ALFOZ DE SANTA GADEA

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Foto de Paula GM.

ROBLEDO DE LAS PUEBLAS, MERINDAD DE VALDEPORRES

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Foto de Alfonso Rueda.

 

VILLAMARDONES, VALDEGOVÍA

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Foto de Rafa Vicente.

 

VALLE DE LOSA

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San Martín, Valle de Losa.

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Villaño. Valle de Losa.

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Mijala, Villalba de Losa.

 

SANTA GADEA DEL ALFOZ

Sabido es que los tejos parecen mostrar una especial afinidad por los roquedos calizos y por lugares sagrados de todo tipo.

Aquí tenemos a un joven ejemplar que ha llevado sus gustos hasta el extremo, creciendo por fuera de la tapia del cementerio de Santa Gadea del Alfoz, con sus raíces firmemente encajadas en las piedras del viejo muro.

De momento no sobrepasa la altura de las hierbas anuales que crecen a su lado pero parece gozar de buena salud y, si los vecinos y el párroco lo respetan, podría convertirse en toda una atracción y una belleza para el camposanto.

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RESCONORIO, EL «PUEBLO TEJO»

El valle alto del río Magdalena o Luena, nada más pasar el Puerto del Escudo desde Virtus, alberga una serie de aldeas de población dispersa realmente extraordinarias: Resconorio, Sel del Manzano, Velascones. Y es que prácticamente todo el caserío, sean cabañas pasiegas, casas montañesas o nuevas construcciones, aparecen acompañadas de tejos de todos los tamaños y edades, reflejando un respeto por este árbol y por su cultura asociada y simbolismo fuera de lo común. Una verdadera «zona cero» para los amantes de esta especie.

En todo el Norte Cantábrico (en realidad, en toda España y hasta me atrevería a decir que en toda Europa occidental), sólo existen unos pocos ejemplos más de «pueblos tejo» como este, todos ellos localizados en las zonas más inaccesibles y auténticas de Los Ancares bercianos y lucenses (Vilarello de Donís, Teixeira, Piornedo y algún otro). Una maravilla de sitio.

Fotos de Rubén Bordas.

 

TEJOS OCULTOS DE LAS MERINDADES

En Merindades, como en todo el Noroeste Ibérico desde Galicia hasta Cantabria, hay «tejos de culto» (tejos plantados junto a iglesias, capillas, cementerios, etc.., fruto de nuestras viejas creencias ancestrales) y «TEJOS OCULTOS», silvestres, perdidos en lo más profundo del bosque.

Desde esta página os pedimos el máximo respeto a la hora de visitar estos últimos, ya que hay muy pocos y son muy sensibles a todo tipo de acción humana. Cuanto más tranquilos les dejemos y menos nos acerquemos a ellos mejor.

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Foto de Fernando Barruelo.

 

 

Las brujas de Ongayo en su viaje a Cernégula

Las mujeres más ancianas contaban junto a la lumbre en las largas noches de invierno y a la luz mortecina de una vela que de una cueva cercana a Suances llamada “Cueva de las Brujas”, partieron durante siglos caravanas de muerte y misterio, una tropa de hechiceras que volaban los cielos de La Montaña maldiciendo y portando conocimientos ancestrales usados para hacer el mal y para adorar al diablo. La conciencia popular ha mantenido hasta hoy la memoria de una ruta prohibida y mágica que tenía como inicio Ongayo, pueblo limítrofe con Suances, y como meta la localidad burgalesa de Cernégula, nombre asociado desde tiempo inmemorial al culto al maligno y a antiguos cultos paganos. Una copla popular viene a decir lo siguiente:

«De la cueva de Ongayo salió una bruja
con la greña caída y otra brujuca.
Al llegar a Cernégula, ¡válgame el Cielo!
un diablo cornudo bailó con ellas.
Por el Redentor, por Santa María,
con el rabo ardiendo, ¡cómo bailarían!»

Cuentan que todos los sábados por la noche, las brujas montañesas tras orinar en las cenizas del hogar y gritando: «¡Sin Dios y sin Santa María, por la chimenea arriba!», alzaban el vuelo montadas en escobones de brezo o transformadas en cárabos rumbo a Cernégula, donde celebraban sus reuniones brujeriles alrededor de una gran mata espinosa. Las brujas allí reunidas se ungían con un brebaje compuesto a base de hierba mora, mandrágora y otras yerbas que las producían visiones y encantamientos, para ir después de la orgía a bañarse en una charca de agua helada cercana a dicho pueblo. Cuando regresaban de sus reuniones en Cernégula, las brujas se reunían en asamblea y en ella se exigía a todas las brujas montañesas que relatasen cuantas maldades y fechorías habían cometido durante la semana.

La charca de Cernégula, de grande como un pequeño campo de fútbol, por la zona más profunda alcanza los cuatro o cinco metros y algo más de un metro por el extremo que menos. En invierno, la charca está a rebosar y el nivel baja en verano, pero nunca se ha conocido seca gracias según se dice a un ojo que hay en el fondo de la misma y que a modo de surtidor la nutre constantemente de agua. Según cuenta la leyenda, por Pozorrubio pasaban los arrieros y se acercaban hasta las charcas a dar de beber a sus animales; pero sucedió que una vez desaparecieron las bestias.

De boca en boca ha ido corriendo esta historia, así como otros relatos brujeriles y que la han hecho famosa como enclave mágico. Pero no se acaban aquí las leyendas, una más dice que cuando las mujeres quedaban embarazadas ponían ramos de ajos o cardos para auyentar a las brujas. Las leyendas se hacen eco del miedo ancestral al mal de ojo; y aún hoy es mejor no pensar en lo que pudiera pasar si al visitar su charca en Cernégula, alguna bruja nos echa el ojo. Mejor que no.

Geografía inicial de Castilla en Merindades y su relación con Álava

La etapa histórica en la que Las Merindades fueron parte indistinguible del reino asturiano (circa 745-850), antes de la aparición del primer conde castellano conocido, es una de las más interesantes de nuestra historia como comarca. Y lo es por varios motivos, entre ellos porque es en esta etapa cuando surge la palabra Castilla. Este concepto territorial ha servido a lo largo de la historia para hacer referencia a entidades políticas y conceptos geográficos muy diferentes (territorio, condado, reino, corona…) y hasta cierto punto antagónicos, que conviene tener claros para una mejor comprensión de su ambivalencia actual.

Inicialmente Castilla no fue más que un territorio de los muchos que conformaban Las Merindades. La primera mención a Castilla de las fuentes cristianas es la de la fundación del monasterio de Taranco de Mena del año 800, donde se explicita claramente que Castilla es un territorio y Mena es otro distinto. Esta Castilla nuclear puede identificarse con el territorio de Area Patriniani de otro diploma del 807, localidad que en el documento del 800 es calificada precisamente como civitate. Ya en el 816 ha incorporado el próximo valle de Sotoscueva y en el 852 el valle de Tobalina. Pero Losa todavía aparece como un territorio diferenciado a Castilla en el 853: «Et presimus presuras in Castella, in Lausa et in Mena». Es decir, en el 853 Castilla seguía siendo una cosa, Mena era otra y Losa otra. En el 892, Pancorbo estaba aún “in extremis Castellae”.

Se tiende a pensar que este territorio de Area Patriniani, también conocido tradicionalmente como Bardulias o Castilla primigenia, estaba gobernado desde la fortaleza de Tedeja pero hay varios documentos que diferencian claramente entre ambos espacios, distinción que se mantiene hasta incluso finales del siglo XI. En un documento de 1082 puede leerse: “Regnante rege Alfonso in Castella et sub eius mandato, ego comes Gundisalus in Castella, et Tetilia et Cadreggas, et in Poça” (Álamo, 1950).

Por lo tanto, la Castilla primigenia incluía solo a los territorios de la llanada de Villarcayo-Medina, desde Montija hasta el Ebro, pero sin cruzarlo. No incluía Mena, Losa, Frías, Sierra de Tobalina, Cillaperlata, Valdivielso, Zamanzas, Manzanedo, Bricia, Santa Gadea o Valdebezana. No obstante, pronto el concepto de Castilla empieza a hacerse más global, incluyendo primero a los territorios limítrofes con Álava y después al resto. Porque en sus inicios, esta Castilla más auténtica mantuvo una íntima relación con Álava.

En efecto, durante esta etapa, Alava y Castilla aparecen como las marcas orientales del reino asturiano, sujetas a continuos ataques musulmanes procedentes siempre del valle del Ebro. Es de destacar la casi unanimidad con que todos los historiadores y recopiladores musulmanes designan unidas a Alava y Los Castillos, que solo muy ocasionalmente mencionarán por separado. Señal inequívoca de la íntima relación que unía a ambos territorios por una parte y de su diferenciación por otra. A partir del año 781 Alava aparece casi siempre unida a Castilla en la expresión Alava wa-l-Qila como objetivo de la mayor parte de las expediciones musulmanas, en concreto las de los años 791, 792, 794, 796, 801, 802, 803, 823, 838, 839, y 849 (Martínez Díez, 2005).

Es interesante tener en cuenta algo que muy pocos historiadores comentan: la palabra Castilla aparece antes en una fuente musulmana (791) que en una cristiana (800). ¿Significa esto que Castilla fue una palabra adoptada de los musulmanes? Difícil saberlo con seguridad. Una cosa es cierta: la visión «encastillada» de esta Castilla se obtiene especialmente cuando es abordada desde el Ebro medio en poder musulmán, con los Montes Obarenes separándola nítidamente de las tierras alavesas, riojanas y burebanas.

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En cualquier caso, durante este período una amplia zona de Las Merindades seguía siendo diferente a esta Castilla: Valdivielso aparece aún diferenciada de Castilla (y tratadas de igual a igual, como territorios distintos) en el 967 y su integración no se produce hasta el siglo XI (Estepa, 1984). Y toda la parte occidental de Las Merindades seguían sin ser Castilla dos siglos después, en 1171, cuando el conde Gómez Gundisalvez rige las jurisdicciones de Arreba y Valdebezana, mientras que Alvaro de Lara aparece como “tenente Castella”. Para esta época, la zona occidental de Merindades era ya parte del reino de Castilla, como Siero, Campoo y otras zonas próximas, pero es que el Reino de Castilla era ya por estas fechas una cosa muy distinta a la de su origen, incluyendo territorios tan variopintos como los actuales País Vasco, Cantabria, La Rioja, Castilla, La Mancha o Plasencia (Extremadura).

Ya por entonces, los parecidos de este reino con el territorio llamado originalmente Castilla se reducían exclusivamente al nombre, y los centros de poder y decisión estaban ya muy lejos. Nuestra comarca iniciaba así un proceso de disolución cultural en un “totum revolutum” castellano del que aún no se ha recuperado.

Para más información sobre este tema:

http://www.unioviedo.net/…/i…/TSP/article/viewFile/9491/9300
https://revistas.ucm.es/…/ar…/viewFile/ELEM8484120305A/25061.

Castro (supuesto) de Bortedo, Valle de Mena

… y su relación con el castro de Malmasín, Bilbao.

 

El castro de Bortedo se localiza cerca de la aldea del mismo nombre, en el Valle de Mena. Ocupa el monte llamado Coruño, que limita por el noroeste con el municipio de Valmaseda.

No se han realizado catas arqueológicas de ningún tipo, y la prospección en superficie ha detectado únicamente concentraciones de losas en alteraciones modernas relacionadas con las aperturas de caminos y la explotación forestal. 

Pero lo realmente interesante de este castro aparece cuando se analiza la imagen LIDAR correspondiente. LIDAR es una tecnología que, entre otras cosas, permite determinar con una precisión enorme (15 cm) la elevación de cualquier terreno, eliminando además cualquier elemento vegetal que lo oculta, por lo que se está utilizando extensamente en arqueología para descubrir estructuras defensivas que hasta ahora permanecían ocultas, siendo en ocasiones incluso más efectivo que la propia prospección visual in situ. 

Analizando la imagen LIDAR se han descubierto recientemente en este enclave dos cortes pronunciados en el terreno. En ambos se sitúan las dos líneas de coronas dentadas cuyo origen y funcionalidad se desconocen y que pueden corresponderse con sistemas defensivos pertenecientes a época prerromana, medieval o incluso a las más recientes contiendas contemporáneas.

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Castro de Bortedo. Foto de José Ángel Fernández.

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Castro de Malmasín. Foto de José Ángel Fernández.

 

Este tipo de estructuras aparecen también y de forma mucho más clara en el castro de Malmasín, cerca de Basauri y con unas vistas completas de toda la ría de Bilbao. Recuerdan a la decoración en dientes de sierra utilizada en nuestro ámbito desde tiempos megalíticos hasta el medievo, aunque la realidad de quienes han estado sobre el terreno, es que Bortedo fue, según todos los indicios, una fortificación de época de la independencia española y guerras carlistas. En la roturación de pinos y tierra removida aparecen cantidad de restos de munición de armas de avancarga (bolas de plomo) y cartuchos disparados y enteros de fusiles de retrocarga (más modernos) de esas épocas. Además en la parte central hay restos de una especie de barracón de piedra a modo de fortín. El lugar es señalado en las crónicas como baluarte defensivo fronterizo y de control en el el s. XIX. Los dientes de sierra son «parcelas» de plantación escalonada igual que las de Malmasín y no tienen nada que ver con defensas previas de épocas prerromanas o medievales, que no usaban ese tipo de fortificaciones que dejaban flancos libres y puntas de defensa avanzadas.

Los castros de Bortedo y de Malmasín presentan otras coincidencias históricas dignas de mención. Bortedo aparece vinculado, al menos desde finales del siglo XII, a Lope Sánchez de Mena, Señor de Bortedo. Sánchez de Mena fue hombre de confianza de Alfonso VIII, fundador de la villa de Valmaseda en 1199 y tenente de Mena y Ayala. Malmasín pudo tener también una reocupación en la Edad Media identificada con el castillo de Malvezin documentado en 1179 en el documento de concordia entre el rey Alfonso VIII de Castilla y Sancho el Sabio de Navarra.

Estamos por lo tanto, siempre manteniendo todas las reservas posibles, ante dos enclaves con estructuras similares en dos puntos en los que coincide un mismo devenir histórico en varios momentos concretos de su historia.

Texto de José Angel Fernández y Jesús Pablo Domínguez.

 

 

 

 

Razas vacunas tradicionales de Merindades

 

 

Las tres razas de vacas tradicionales de Merindades: Terreñas, Monchinas y Tudancas.

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VACAS TERREÑAS

Raza autóctona de los montes Obarenes y buena parte de Álava. Hoy en día está desaparecida de Merindades y solo se mantiene gracias al apoyo del Gobierno Vasco en los parques naturales de Valderejo y del Gorbea. En Obarenes no existe, que sepamos, ningún plan de reintroducción de la raza.

Pertenece al tronco bovino cántabro (Sánchez Belda, 1984) y son animales muy rústicos, muy apreciados antaño para tiro (carros, trilla del cereal, etc.).

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Foto de Antonio López.

 

Miranda de Ebro se inclina parta á la Vizcaya y parte á la Montaña, 1792.

Extracto recogido en la obra «Historia Fabulosa del Distinguido Caballero Don Pelayo Infanzon de La Vega, Quixote de La Cantabria» (Tomo II, Segunda Parte), escrita en 1792 por el santanderino Alonso Bernardo Ribero y Larrea.

En esta novela toma como punto de arranque la obra cervantina para realizar una cierta crítica antinobiliaria y proponer a la nación británica como modelo de organización social.

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Mina neolítica de cobre de Huidobro, Los Altos

O de cómo Braveheart se pintaba la cara de azul con estas rocas.

La mina de cobre de Huidobro es un yacimiento minero cuya explotación consta documentalmente desde al menos el siglo XVIII hasta la década de los 60 del s XX.

Sin embargo, los fragmentos de mineral de cobre hallados en el cercano poblado megalítico de Rehoyo/La Nava Alta (Nocedo, Valle de Sedano), indican que esta mina lleva en explotación desde el neolítico (Basconcillos et al., 2008). Parece ser que el uso de las atractivas rocas verde-azuladas en las que está contenido el metal (azurita y malaquita) se usaron primero con fines fundamentalmente estéticos, para manufacturar cuentas perforadas o, reducidas a polvo, para la preparación de cosméticos, como se sabe sucedió en importantes yacimientos neolíticos del Próximo Oriente.

De hecho, el uso de estos minerales de cobre como tinte azul tal vez constituya la mejor explicación para la famosa estampa de los guerreros britones de la que hablaba Julio César “Omnes vero se Britanni vitro inficiunt, quod caeruleum efficit colorem, atque hoc horridiores sunt in pugna aspecto” (Pero todos los Britanos se pintaban con vidrio que producía un color azulado y les daba un aspecto más fiero en la lucha), inmortalizada en multitud de películas en la que aparecen britones, pictos y hasta escoceses. Sobre todo porque otro autor contemporáneo como es el poeta Lucrecio habla de la esmeralda en parecidos términos “zmaragdum ad quam rem viridem, pretiosum vitrum?” (La esmeralda, ¿para qué cosa [la deseas], verde, precioso vidrio?), por lo que el uso de un tinte mineral es más plausible que otros candidatos vegetales como el añil.

En cualquier caso, el principal uso de estos carbonatos de cobre fue para obtener metal puro, que en la Edad del Cobre se empezaron a explotar a mayor escala. El cobre es además el elemento fundamental para la fabricación del bronce, metal característico de la siguiente edad cultural, la Edad de Bronce. El otro metal de esta aleación, el estaño, se importaba de las islas Casitérides o de los ártabros galaicos a través de vías marítimas o terrestres.

Peralta (2000) menciona la existencia de las minas de cobre cántabras de Cervera de Pisuerga y Cangas de Onís, pero no recoge la existencia de este yacimiento de Huidobro a pesar de que todo apunta a que tuvo una importancia extraordinaria en tiempos prehistóricos.

Aún hoy en día, tanto el corte del exterior (realizado en 1968 por Explosivos Río Tinto) como las galerías interiores presentan zonas con los llamativos azules y verdes de los carbonatos de cobre en los que está contenido el metal.

Más información en http://oa.upm.es/10267/1/PARTE-1.pdf

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Foto de Francisco Ruiz.

 

 

Merindades, Provincia Gallaecia (313-411)

La provincia romana de Gallaecia fue creada por el emperador Diocleciano en el 298 dC. Incluía los conventos bracarense, lucense y asturicense. Poco tiempo después, los límites de la Gallaecia se ampliaron en fecha y extensión indeterminada hacia el convento cluniense. En esta entrada vamos a intentar recoger toda la información disponible hasta el momento con el fin de intentar arrojar algo de luz sobre este tema.

CANTABRIA, PARTE DE LA GALLAECIA ROMANA

La antigua Cantabria prerromana es la zona que menos dudas genera al respecto de su inclusión o no en la Gallaecia romana. Son varios los autores que de forma explícita citan que Cantabria (incluyendo al menos a parte de Las Merindades) perteneció, en algún momento de su pasado a la provincia de Gallaecia.

Paulo Orosio (383-420) en su Historiæ adversus paganos (VI, 21,2) incluye a Asturias y Cantabria en la provincia galaica de su tiempo cuando se refiere a la guerra de Augusto y Agripa contra cántabros y astures: “Cantabri et Astures Gallaeciae provinciae portio sunt”.

Porfirio (s.III dC), escoliador del poeta clásico Horacio (Carmen II, 6.2), escribe: «Cantabria, quae este gens Gallaecia».

La Notitia Dignitatum (420) sitúa en la Gallaecia al tribuno de la cohorte celtíbera, destacamento militar estacionado en luliobriga, en pleno territorio cántabro. “In provincia Callaecia: (…) Tribunus cohortis Celtiberae, Brigantiae, nunc Iuliobriga».

Pocos años más tarde, San Isidoro (556-636) en sus Etimologías (XIV, 521) dice: “Regiones partes sunt provintiarum, sicut in Callecia: Cantabria, Asturias”.

Huidobro (1956) menciona que Cantabria formaba parte de Gallaecia en el momento en que los cuerpos de las santas Centola y Elena fueron recogidos por los obispos de Astorga-León de los paganos a cambio de 300 libras de oro y depositados en la iglesia de Castro Siero (Valle de Sedano). El martirio de estas santas ocurrió en el año 304 y la incorporación de Cantabria a la Gallaecia fue en el 313 dC:

“Pero en la nueva división de Constantino (emperador romano, en el año 313 dC) quedó desmembrado el mismo Obispado de León de la antigua Provincia Tarraconense, y agregado a la nueva de Galicia, la cual se compuso de tres regiones famosas, que son las de Cantabria, Asturias y Galicia. Desde este tiempo las mismas regiones, que desde Augusto estaban unidas de algún modo en el gobierno pero conservando siempre sus nombres distintos, quedaron ya más enlazadas entre sí formando un solo cuerpo de Provincia, y diciéndose Galicia todo el territorio que abrazaban.

Y con el nuevo número de Provincias establecido por Constantino quedaron mas permanentes y manifiestos los límites del Obispado de León así por la parte meridional como por la oriental, donde podían variarse con mayor facilidad a causa del diverso gobierno político a que estaba expuesta la Cantabria. Por esta causa HABIENDO PADECIDO EN LA CANTABRIA LAS SANTAS VÍRGENES CENTOLA Y HELENA, tuvo el Obispo Legionense el cuidado de recoger sus santas reliquias y de colocarlas en lugar decente como se refiere en sus Vidas, lo cual sucedió, como advirtió doctamente el M. Flórez, en tiempo de la gentilidad, no como dice el rezo actual muchos siglos después, en que las montañas de la Cantabria pertenecían a otro Diocesano. Pues todo este territorio quedó mucho más asegurado al Obispado de León después de la división de Constantino: porque no solo la misma ciudad de León quedó dentro de la Provincia de Galicia, sino también la región de los Cántabros a donde llegaba su jurisdicción Eclesiástica.

Porque no hay otra Diócesis a que se pueda atribuir el territorio de la Cantabria sin hacer un trastorno en las Provincias y perjudicar los derechos de aquella a quien tocaba como porción legitima. Porque la Diócesis de Palencia era de la Provincia Cartaginense, la de Calahorra de la Tarraconense, la de Auca (Villafranca Montes de Oca, Burgos), además de ser también de Tarragona, tiene contra sí el testimonio de los Padres de la misma Provincia en la carta que escribieron contra Silvano Obispo de Calahorra, de cuyo Obispado dicen que era el último de la Tarraconense, lo cual no sería verdad, si la Cantabria perteneciera a la Diócesis de Auca, estando aquella región más al poniente respecto de todo el territorio del Obispado de Calahorra. Así que debe tenerse por cierto, que la Cantabria, que antes de la división de Constantino, tocaba a la jurisdicción de la Diócesis Legionense, quedó adjudicada a la misma con mayor firmeza, desde que se hizo parte de la Provincia de Galicia con el nuevo establecimiento de las cosas del Imperio”.

Texto de “España Sagrada”, Enrique Flórez y Manuel Risco, 1799.

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Castro Siero. Foto de Abrigaño del Cañón.

 

¿Y QUÉ HAY SOBRE LOS AUTRIGONES?

Todo parece indicar que los cántabros formaron parte de la Gallaecia mientras que el resto de pueblos norteños del convento cluniense (autrigones, caristios y várdulos) no.

Así lo expresa el obispo de Rávena Jordanes (s. VI dC) en su obra De Getarum sive gothorum (XLIV), cuando pone como límite oriental de Gallaecia a los autrigones: “quibus antea Gallicia et Lysitania sedes fuere, quae in dextro latere Spaniae per ripani Oceani porriguntur, habentes ab oriente Austrogonia”.

En la segunda mitad del siglo V, la correspondencia epistolar entre el obispo metropolitano Ascanio de Tarragona y el papa Hilario nos muestra otro argumento en este sentido. Ascanio describe la sede calagurritana como “in ultima parte nostrae provinciae constitutus”, frase que da a entender que el de Calahorra es el obispado más al oeste de la provincia Tarraconense. Por aquel entonces el obispado “autrigón” de Oca, en La Bureba, aún no existía y de hecho se especula con que el nombramiento unilateral de un obispo en Oca por parte del obispo de Calahorra Silvano fuese el desencadenante de esta conocida crisis eclesiástica.

Esta delimitación de Jordanes entre autrigones y cántabros como pertenecientes a diferentes supraentidades es la primera mención que conocemos al respecto y supone un interesante precedente de divisiones posteriores.

¿El RESTO DEL CONVENTO CLUNIENSE ERA GALLAECIA?

El ámbito geográfico que genera más dudas entre los investigadores al respecto es el resto del convento cluniense (vacceos, turmogos, etc.).

Orosio, hablando de los límites de la provincia de Gallaecia (VII, 5,7): dice: “Numantia autem Citerioris Hispaniae, haud procul a Vacceis et Cantabris in capite Gallaecia sita, ultima Celtiberorum fuit”. Lo que traducido viene a decir: Numancia, pues, situada en el principio de la Gallaecia, no lejos de los Vaceos y Cantabros, de la Hispania Citerior, fue la última [ciudad] de los Celtiberos. El señalar a Numancia como límite oriental de la provincia galaica ha llevado a algunos investigadores a concluir que los pueblos al occidente de Numancia debían pertenecer a la Gallaecia.

Hidacio (400-469), al relatar la vuelta de Teodorico II a la Galia a mediados del siglo V, dice (Cronicón, 174) que dirigió parte de sus tropas “ad campos Gallaeciae”, lo que por el contexto (las dos ciudades atacadas son Astorga y Palencia) puede entenderse como la actual tierra de Campos.

El mismo Hidacio, al darnos el lugar de origen del emperador Teodosio alarga los límites de la Gallaecia hasta Coca (Segovia), en la provincia Cartaginense, hecho que también refleja Zósimo (460-520) en su Nueva Historia, aunque esta extensión hasta Segovia ha sido puesta en tela de juicio por varios autores, optando por ubicaciones alternativas como Hispalis (Canto, 2006) o incluso Coca, cerca de Oporto.

EN RESUMEN

Con el análisis de estos datos, los límites de la Gallaecia serían bastante más amplios que los que suelen adscribirse.

La provincia galaica que nace de las reformas de Diocleciano (298) no sólo incluyó los antiguos conventus de Braga, Lugo y Astorga sino también el de Clunia, o al menos parte de él.

Cantabria fue la región del convento cluniense con una mayor probabilidad de haber pertenecido a Gallaecia. De hecho, perteneció casi tanto tiempo a esta provincia (98 años) como Asturia (113 años) o como la propia provincia romana.

Es casi seguro que la Gallaecia no incluyó en ningún momento de su historia a otros pueblos del convento cluniense como autrigones, caristios, várdulos. Y existen serias dudas de que incluyese a los vacceos y otros pueblos de la meseta del Duero.

En el 409 llegan los suevos y los vándalos asdingos a Gallaecia estableciendo los primeros el primer reino europeo (411-585), asentado fundamentalmente en la mayor parte de la antigua provincia de Gallaecia excepto Cantabria. Nuestra zona entró en una fase de progresivo autogobierno y vuelta a modos de vida prerromanos hasta la toma de Amaya por Leovigildo en el 574. En el convulso siglo V, las provincias romanas dejaron de existir como tales a nivel político aunque conservaron su esquema general e influencia a nivel eclesiástico. Aún en el 572 el rey suevo Miro atacó la costa cántabra en un intento, según algunos autores (García y Fernández, 1998), de completar la Gallaecia creada por Diocleciano.

 

 

Ojo Guareña y sus conexiones con el mundo tartésico en la Edad de Bronce

 

PENDIENTE DE BRONCE. 850 aC

Esta excepcional pieza de bronce fue encontrada por el Grupo Espeleológico Edelweiss en la Sima de Villallana, que forma parte del complejo kárstico de Ojo Guareña (Merindad de Sotoscueva).

Se trata de un pendiente de doble aro e hilo plano enrollado parcialmente sobre uno de ellos. Tipológicamente puede adscribirse a la Edad del Bronce final y ha sido datada en el 850 aC gracias a una muestra de madera quemada localizada junto al mismo.

Los paralelismos tipológicos más cercanos los encontramos en los pendientes de estilo nezem fenicio encontrados en la zona de Cadiz, lo que podría ser un indicador más de que Merindades formó parte de los circuitos comerciales marítimos del Bronce, que se extendieron por toda la fachada atlántica europea en esta época. Las hachas de talón o el ídolo de tipo Peña Tu encontrados en Ojo Guareña serían otros indicios de este tipo.

 

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Foto de Miguel Angel Martín/Edelweiss.

 

BROCHE DE CINTURON TARTÉSICO. 550 aC

Los broches de cinturón peninsulares de la Edad de Hierro I constituyen un ámbito del conocimiento ciertamente interesante. Los investigadores distinguen dos grandes tipos: Broches tartésicos y broches célticos, que nosotros preferimos designar como de escotaduras laterales (López Ambite, 2008).

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Broche tartésico de Los Canterones, Estepa, Sevilla.

Los BROCHES TARTÉSICOS se caracterizan por ser placas rectangulares provistas de una serie de regletas o varillas dobladas en sus extremos en el caso de la pieza activa o macho y el mismo número de orificios en el caso de la pieza hembra. Suelen unirse al cuero mediante el mismo sistema de varillas dobladas en sus extremos.

 

 

 

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Broche en escotaduras de El Acebuchal, Sevilla.

Los BROCHES DE ESCOTADURAS laterales consisten en placas de bronce de forma triangular o trapezoidal, con una abertura semicircular a cada lado y garfios de longitud variable. Suelen unirse al cuero mediante remaches. En esta época aún no existía la hebilla.

Los broches de escotaduras laterales fueron considerados por Delechette como ibéricos de origen helénico (1913), origen oriental posteriormente desechado por casi toda la investigación hasta hace pocos años. Este cambio en la procedencia del origen se debió a los trabajos de Bosch Gimpera, quien propuso un origen hasllstáttico para los mismos (1921), planteamiento continuado por Cuadrado (1961). Según él, habrían pasado al Languedoc a principios del siglo VI aC y, desde allí, a mediados de ese siglo, a la Península Ibérica. Schüle (1969) propuso una clasificación más completa, en la que además, adelantó la cronología propuesta por Cuadrado para el tipo Acebuchal. Para este investigador los broches peninsulares dependerían del Hallstatt C y no del HaD, como pretendía Cuadrado, siendo los broches nord-alpinos de este período tardío de procedencia hispana.

En los últimos años están apareciendo evidencias arqueológicas que hacen suponer que el origen de la cultura celta estuvo en el suroeste de la península ibérica (Tartessos y la desembocadura del Tajo), expandiéndose después hacia Centroeuropa, y no al revés, como se ha supuesto desde la historiografía clásica. Por ello, sorprende que sea un autor tan temprano y además germánico, el que nos venga a mostrar a los hispanos una evidencia arqueológica en este sentido.

A pesar de que ya existía este conocimiento, diez años después Cerdeño (1978) publica una exhaustiva clasificación ampliamente utilizada posteriormente y en la que seguía denominando a los broches de escotaduras como “broches célticos” por considerar su origen centroeuropeo. Además de seguir perpetuando esta errónea denominación, su clasificación es muy compleja y poco operativa al impedir comprender la evolución tipológica de los broches y distinguir los detalles que eran significativos de los que no lo eran.

Por fin, en los años 80 termina por reaparecer en nuestro país la hipótesis que vincula los broches de escotaduras con los del Próximo Oriente. Los de El Acebuchal serían el origen del resto de broches de escotaduras. Para Parzinger y Sanz (1986), este tipo de broches aparecieron en la Anatolia frigia en el último cuarto del siglo VIII aC, desde donde se expandirían hasta Jonia a mediados del siglo VII y de allí habrían sido traídos hasta la península ibérica por comerciantes jonios o fenicios, donde se aceptaron y transformaron, por lo que no existiría la hasta entonces reiterada influencia hallstática en la génesis de los mismos.

El broche de cinturón que nos ocupa fue encontrado en la Vía Seca, una de las galerías del complejo de Ojo Guareña. Ruiz Vélez publica en 2009 el único trabajo específicamente dedicado a esta pieza, en el que 20 años después de la publicación del artículo de Parzinger y Sanz, sigue postulando incomprensiblemente que la pieza se parece a los modelos hallsttáticos. Además es el primero que denomina al sujeto que lo portaba como “príncipe”, al estilo de las llamadas “tumbas principescas” de la zona de Heuneburg. Tal vez venga de aquí el hecho de que cuando uno visita Ojo Guareña, sigan llamando insistentemente a esta persona como el “príncipe celta”.

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Foto de Miguel Angel Martín/Grupo Edelweiss

Lo que podemos afirmar sobre este broche a día de hoy es que se trata de una pieza cuyos referentes más cercanos están en los broches tartésicos del Guadalquivir de los siglos VII-VI aC. En el ejemplar que mostramos de El Acebuchal (Sevilla), de tipo con escotaduras, se observan los enganches serpentiformes comunes en broches de cinturón de este período. La otra fotografía corresponde a un ejemplar de tipo tartésico procedente de Estepa, Sevilla y en el que se puede apreciar los orificios donde se engancha la pieza macho del broche. En el caso de Ojo Guareña, esta pieza presenta una nervadura central, a cuyos lados se distribuyen, simétricamente, cinco filas de triángulos opuestos por los vértices, cuatro de ellos calados. Los modelos más antiguos de este tipo de cinturón se remontan al siglo VIII aC, aunque tiene unos elementos evolutivamente más modernos que aconsejan datarlo en el siglo VI (Ruiz Vélez, 2009).

Se trata de productos de importación resultado de intercambios comerciales que acaban en manos de las élites dominantes de la zona. Recordemos que estamos en una época en la que la búsqueda de metales por parte de griegos y fenicios fue la gran impulsora de la exploración de nuevas tierras y el contacto cultural con otras gentes. Próxima a Ojo Guareña tenemos la presumiblemente importante mina de cobre prehistórica de Huidobro.

Para saber más:

López Ambite, F. (2008). Broches de cinturón. En M. Almagro-Gorbea (Dir.): La Necrópolis de Medellín. Real Academia de la Historia. 513-518.

Ruiz Vélez, I. (2009). La cueva de Ojo Guareña (Burgos). El «príncipe» que se perdió y murió en ella. Sautuola, 15, 261-274.

Torres Ortiz, M. (2002). Tartessos. Real Academia de la Historia.