Castro de Argés, Valle de Manzanedo

En la meseta acantilada denominada del Castro tiene su emplazamiento un pequeño castro del tipo «en espigón calcáreo», de unas 4 Ha., y que ha sido atribuido a los cántabros por Bohigas (1986-87) y Peralta (2003), entre otros autores.

Sus características son muy similares al vecino de Cidad de Ebro en cuanto a su posición y sistema de delimitación: por el sur, este y oeste, el recinto aparece cerrado por grandes acantilados y breves lienzos de murallas, que encontramos en aquellos puntos donde el escarpe es superable. Por el costado nororiental se une a la paramera circundante y es aquí donde el cierre lo forma un colosal muro. Su derrumbe tiene una anchura en base de 10,5 m con una altura media de 1,5 a 2 m. La cara interna de la muralla da la impresión de haber tenido un pasillo de ronda, de menor altura que el paramento exterior. Ningún tramo permite conocer su anchura original pero la muralla de Cidad era de unos cuatro metros de ancho por tres de alto. El sistema constructivo empleado es la mampostería de caliza apilada sin elementos aglutinantes.

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Aunque hoy en día el castro consta de dos entradas, una por cada lado del espigón calizo, todo parece indicar que originalmente solo contó con la entrada del sudeste, la que sube desde el pueblo de Argés. El acceso al castro se realizaba a través de un interesante y estrecho corredor situado entre la propia muralla y un lienzo rectilíneo exento situado al borde del cortado calizo, que funcionaría como un «cuerpo de guardia» de los que hablaba Cabré (1950). A la derecha de la puerta de entrada se aprecia un avance del paramento hacia el exterior, que podría corresponderse con un cubo de planta semicircular, adosado a la muralla pero de menor altura que esta.

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Ilustración modificada a partir de una original de Javier Ramos.

 

También contó con otra puerta no documentada «de emergencia» en el lado oeste, el que mira al Ebro y al valle. Sería para entrar y salir del castro en caso de peligro, sólo para personas. Al lado hay restos de muros cerrando cualquier hueco peligroso en caso de ataque.

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Dentro del recinto hay amontonamientos de piedras que corresponderían a ruinas de las edificaciones y viviendas del poblado. Estas son de mayor extensión que en Cidad.

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En derrumbes y senderos libres de vegetación se han encontrado fragmentos cerámicos de dos tipos; a mano y a torno. Los primeros son de cocina, con abundantes desgrasantes micáceos, típica para poner al fuego y los segundos de mesa, característicos por el color naranja, de tipo celtibérico. También un lote pequeño de fragmentos de restos de fundición de bronce, relacionado con labores metalúrgicas. Teniendo en cuenta las similitudes existentes entre los dos castros, no es descabellado suponer una fecha muy similar en ambos recintos, dentro de los límites cronológicos de la Primera Edad del Hierro.

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En las laderas que ascienden suavemente desde lo alto del castro hasta la cima de Las Mesas se localizan una serie de amontonamientos de piedras. Algunos pueden ser simples morcueros de piedras, de cuando se araban los montes, pero otros podrían corresponder a túmulos funerarios del Hierro I.

En definitiva estamos ante un recinto castral con un sistema defensivo sumamente interesante y que merecería una mayor atención por parte de las Administraciones responsables de su cuidado y puesta en valor.

Fuente: Bohigas, Campillo y Churruca (1984).

Agradecemos enormemente a Jesus Pablo Domínguez Varona sus interesantes fotografías y comentarios que han permitido completar la información que ofrecemos aquí sobre este emplazamiento.

 

 

 

El Valle de Mena en la Provincia de Cantabria, 1892.

NOTICIA DEL NOBLE Y LEAL VALLE DE MENA, PROVINCIA DE CANTABRIA, 1892.

Este trabajo anónimo parece ser un informe escrito de manera pautada, quizá por algún escribano de la Audiencia de Mena, encargado por el Ayuntamiento de evacuar una consulta de la Academia de la Historia a la sazón de preparar el docto instituto la publicación del Diccionario Geográfico-Histórico de España, proyecto que no llegó a realizar. En este libro se hace una descripción histórica del Valle de Mena, así como una descripción de Villasana y de algunos de sus monumentos.

Publicado por Julián de San Pelayo en 1892.

 

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La leyenda del Porrino y la Porrina, Sotoscueva.

A la derecha de la carretera que va desde Cornejo hasta Quintanilla del Rebollar, a la altura del km 12,8, se localizan dos cavidades colgadas en el cortado de unos 13 metros de profundidad y cuyo nombre se debe a una curiosa leyenda que pasamos a contaros a continuación:

«Antiguamente había en la localidad de Cornejo un matrimonio, cuya única afición era incordiar a los vecinos, siendo correveidiles y provocando la enemistad entre los habitantes de Cornejo. Se lograban enterar de todos los chismes, dimes y diretes de la comunidad, cosa inexplicable para la gente, por lo que eran considerados unos brujos.

Una de las costumbres que poseían era subirse Colmenares arriba y asomarse a la peña, con el fin de vigilar las idas y venidas de los lugareños. Acertó a pasar por allí un ´hombre bueno’ sobre el que levantaron el infundio de haber abusado de una joven doncella. Por ello montó en cólera este hombre bueno y una de las veces que se acercó a Cornejo los divisó asomados en la peña (en su lugar habitual), y encarándose con ellos echóles la siguiente maldición: ‘Quedaréis a perpetuidad mirando sin ver y siempre siendo vistos, todo ello por haber guiado tal mal vuestra inteligencia. Vuestra cabeza vacía, será vaciada de todo’.

Quedaron convertidos en piedra y en la actualidad se les puede observar encima de Cueva La Mina y sus cabezas huecas forman dos cavidades que sirven de refugio a animales y humanos: las cuevas conocidas como del Porrino y de la Porrina.

Librose de la maldición una hija que se encontraba ese día con sus padres. Pasando el tiempo ésta se convirtió en la Bruja de Sotillo (Cornejo de Sotoscueva)»

Texto recogido en https://www.researchgate.net/…/links/00b7d520913a966cc10000…

 

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Foto de Javier Gómez.

 

 

San Emeterio y Celedonio, patronos de Taranco de Mena, Santander y Calahorra

San Emeterio y San Celedonio fueron dos hermanos que formaron parte de las legiones romanas. Cuando confesaron su fe fueron encarcelados, torturados y finalmente decapitados en Calahorra en el año 299. La leyenda cuenta que sus cabezas llegaron a Santander (Sancti Emetherii) a bordo de un barco que atravesó la roca conocida como la Horadada y encalló en la costa. Las reliquias debieron ser trasladadas a la capital cántabra en el siglo VIII, durante el proceso de repliegue hacia las montañas del Norte de los cristianos del valle del Ebro ante la invasión musulmana de la Península Ibérica.

La devoción por estos dos santos está ampliamente extendida por otros sitios de Cantabria (Noja, San Pedro del Romeral), Asturias, el País Vasco y Navarra. Pero las más tempranas advocaciones las encontramos en el Valle de Mena y en Santander. Dicen las crónicas que en el 791 Alfonso II el Casto de Asturias funda un monasterio en Santander bajo la advocación de estos dos santos. Otra cita incluida en el testamento de Ordoño I de Asturias, del año 857, consigna la existencia de una decanía de la iglesia de Santa María de Latas denominada Sancto Emeterio de Transacuas.

En torno a las mismas fechas (año 800) aparecen en un documento notarial del Monasterio de San Millán de la Cogolla, por el que el abad Vítulo y su pariente el presbítero Ervigio fundan con su patrimonio la iglesia de San Emeterio y San Celedonio en Taranco de Mena. En el documento se señala además que en el territorio reinaba Alfonso II de Asturias. Curiosamente, Taranco de Mena está ubicado a medio camino de la ruta que partiendo de Calahorra llega a Santander por tierra.

Para comprender mejor la relación e importancia de estas dos menciones hay que tener en cuenta las dos grandes fuerzas que actuaban en estos siglos en la zona: la monarquía astur y la Iglesia.

En la época de la que estamos hablando, toda la zona pertenecía al reino asturiano, sucesor directo de la provincia visigoda o Ducado de Cantabria. Las relaciones entre el reino asturiano de Oviedo y la zona antaño perteneciente al Ducado de Cantabria fueron fluidas y constantes durante toda la vigencia del reino. Por ejemplo, Alfonso I de Asturias (739-757), tercer rey asturiano, era hijo del duque Pedro de Cantabria. Su hijo Fruela I de Asturias (757-768), nieto por tanto de Don Pedro, contrajo matrimonio con Muña, hija de Fruela de Cantabria. Alfonso II (791-842), hijo de Fruela I, se refugia en Alava entre sus parientes maternos cuando Mauregato le depone como rey. Su primo Ramiro I (842-850), bisnieto de Pedro de Cantabria, contrajo matrimonio en las Bardulias con doña Paterna (Trespaderne, Area Patriniani). Y el hijo de Ramiro, Ordoño I (850-866) también buscó esposa en la zona oriental del reino.

Por otro lado, la Diócesis de Calahorra ejerció desde sus inicios (s.III) un papel esencial en la cristianización de toda la parte oriental del futuro reino. Subiendo el Ebro desde Calahorra solo existía la sede de Oca, en La Bureba, de menor entidad y vinculada a la sede calagurritana desde sus inicios, como muestra el cisma independentista que planteó el obispo Silvano de Calahorra contra la todopoderosa sede episcopal tarraconense en el 463. Por el sur y el oeste, solo la Diócesis de León y la de Astorga conseguían rivalizar con Calahorra en fuerza evangelizadora. Parece que la zona mantuvo su independencia de los visigodos hasta los tiempos de Leovigildo, que conquistó Cantabria en el año 574. Así se explica la ausencia de obispos de las sedes de Calahorra y Tarazona a los concilios tarraconenses de principios del siglo VI y la aparición, por primera vez en algo más de cien años, de un obispo calagurritano en el Concilio III de Toledo del año 589, poco tiempo después de que la zona fuese reconquistada para el poder visigodo. Esta vinculación eclesial inicial de buena parte de Cantabria con la zona riojana del Ebro puede constatarse no solo por la famosa visita a los cántabros que hace San Millán en el 573, sino también observando que el territorio de la propia diócesis de Calahorra en aquella época está desplazado claramente hacia el oeste de la sede y que además Oca basculaba claramente hacia Calahorra.

Gran parte de los territorios de esta diócesis formaron parte del Ducado de Cantabria y posteriormente del Reino de Asturias desde los tiempos de Alfonso I, contribuyendo a estrechar los vínculos entre Calahorra y Cantabria.

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Interior de una cabaña tradicional pasiega

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Se trata de la casa principal de la familia, en la que pasan los meses de invierno. Es de dos plantas con tejado a dos aguas de losas de piedra. La parte inferior se dedica exclusivamente a guardar el ganado estabulado. Justo encima está el payo o pajar, que ocupa la mayor parte del primer piso. En el suelo del payu existe una trampilla para poder pasar al piso de abajo desde dentro en caso de que la cantidad de nieve impida salir fuera.

Separado del payu por una pared de tablas está el minúsculo espacio que el pasiego dedica a su propio hábitat, compuesto por una cocina que hace las veces de comedor y dormitorio, y otra habitación anexa al lado. El llar está sobre unas losas de piedra para proteger las tablas de madera del suelo del fuego. De la pared cuelga el llareru o pieza de madera con muescas para poder subir o bajar el cayizu con la comida en función de la intensidad del fuego. El mobiliario, muy sencillo, se compone de un vasiru para la loza, un taju para sentarse, un par de yacijas o camastrones de madera, unos arcones para guardar la ropa de fiesta y poco más.

A este piso superior se accede por la parte exterior mediante unas escaleras de piedra que llevan primero a una solana o solerón. Es frecuente que debajo del solerón exista una estancia pequeña, el borcil, destinado al engorde de uno o más chones.

Maqueta del Museo Fluviarum. Fundación Naturaleza y Hombre. Liérganes, Trasmiera.

 

 

 

Nombres típicos de las Merindades: Gelín, Toñín, Zalín.

Hipocorísticos muy comunes por toda la zona de influencia cultural cántabra.

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González Goñi (2007) en «Apuntes sobre el Habla de la Merindad de Sotoscueva. Fonética y Morfosintaxis.» dice lo siguiente: Sin duda uno de los rasgos más notables de la morfología del habla de Sotoscueva sea el empleo de la terminación –ucu, -uca para formar diminutivos y afectivos, frente al uso general de –ito, -ita en la mayor parte del español: pastorzuca, mozuca, pañuelucu, morucu. Muy abundante es también el empleo de –in(o), -ina: dedín, piececín. Esta terminación se aplica con frecuencia a nombres propios, con carácter afectivo, o para distinguirlos del padre: Gelín, Toñín, Zalín.»

 

Area Patriniani

Delimitación aproximada del territorio histórico de Area Patriniani (siglo IX), comprendido básicamente entre la supuesta «ciudad» del mismo nombre (ubicada por algunos entre Agüera y Nocedo, cerca de Espinosa de los Monteros y por otros en San Martín de Losa, [Pérez de Urbel, 1945; Cadiñanos-López Quintana, 2002]) y Trespaderne o «Tras Paterne».

Este territorio de Area Patriniani sería equivalente al de Bardulias y al de la más primitiva Castilla (Fiscer, 2012) y estaría controlado militarmente desde la fortaleza antaño visigoda de Tedeja (Trespaderne) y su satélite de Herrán (Valle de Tobalina).

En cualquier caso, puede observarse que este territorio no abarcaba toda la comarca y extensas zonas de Merindades quedaban fuera del mismo.

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Imagen de El Correo Mayor de Castilla.