En el lugar denominado Pico Casares, en un emplazamiento que domina el cañón del Ebro, existe un poblado fortificado, perteneciente a la Edad del Hierro y que varios autores (Bohigas, 1987; Peralta, 2000) consideran cántabro. Se trata de un pequeño emplazamiento de 3,5 ha. que posiblemente estuviese supeditado a otros más grandes y de mayor entidad de la zona, como El Castro (Renedo de Bricia) o La Maza (Pedrosa de Valdeporres).
Al igual que varios emplazamientos de la zona (Brizuela, Cidad de Ebro, Manzanedo, etc.) se asienta en la punta de un espolón o cordal calizo cerrado por su parte accesible por potentes murallas de bloques trabados a hueso. En algunos puntos se conservan los paramentos exteriores del muro, que debía tener una anchura de 3 a 3,5 m. En el interior encontramos los derrumbes de edificaciones de planta rectangular, típica de todos los castros de la zona. Sus dimensiones medias son de 8 m. de longitud por 4 de anchura. Los muros de dichas cabañas debían estar construidos a base de mampostería de caliza apilada. El número exacto de cabañas es difícil de calcular, pues los amontonamientos están cubiertos por una tupida vegetación de matorral de encina, pero en todo caso excede a la veintena (Bohigas, Campillo y Churruca, 1984).
La zona fue siempre periférica y de orientación ganadera, con un hábitat disperso y una fuerte persistencia de elementos castrales. Se mantuvo poco jerarquizada durante la Edad Media, como lo demuestra el hecho de que el proceso de creación de aldeas que se observa en el s.XIII en muchas otras zonas de las Merindades se detecta aquí de forma mucho más tardía y débil (Martín Viso, 2000).